Una ocasión el día se fué y me quedé a obscuras sobre las olas. Remé hacia la playa, solitariamente tibio, hinchado de naturaleza. Las aves inmóviles se dejaron admirar con majestad flotando unívocas al ras de las crestas, cargando al cadáver de la tarde en sus plumas cansadas. Las olas, cada vez más cerca golpeaban su tambor de arena allá donde los blancos estallidos se enmarcaban en luces recién prendidas; esas luces que si bien las miras y recuerdas la obscuridad, agradeces tu fortuna por contar con faros que te muestren el camino a tierra antes que llegue la niebla. Y digo el camino en el sentido que lo dice una brújula, que no sabe de brechas, hojas pisadas o ramas rotas, que dice solamente Para allá a donde el agua te lleve, a donde el viento te lleve, a donde la tierra te lleve, a donde los ojos te muestren si hay sendero andado o apenas una dirección donde sería bueno hacer el sendero que ahora no existe pero en el que un día los pies pisarán hojas y harán ruido con las ramas rotas. Pero al mar no le gustan los caminos, será por eso que en la playa borró también la huella larga de mi remo y mis pisadas. Lástima, algún día, alguien cualquiera hubiera podido seguir mis pasos y adivinado Este hombre caminó aquí y aquí, llevaba en la mano arrastrando un remo y acá parece haberse detenido a contemplar las olas. Y si no es mucho fantasear, habría adivinado en mi contemplación la paz y la nostalgia que se siente cuando se ama al mar y del mar hay que despedirse.
En otra ocasión que también recuerdo ahora, tembloroso y soberbio, arrebataba a un hombre de su propia muerte, si es que se puede llamar propia a la muerte que se anuncia a destiempo, amenaza y luego deja que su hombre le sea arrancado de las manos. Si esa duda tenemos debieramos censurar a la muerte inepta o disculpar su debilidad por la falta de músculo sobre su mano de hueso desnudo, que así tiene cada hueso de su cuerpo según se sabe y por lo que tal vez un paramédico joven provisto de cuerdas resistentes pueda sostener con mayor firmeza no solo un cuerpo sino hasta tres si no es que más. Y deberíamos pensar en hacer cuerdas más fuertes para que la gente no muera aún si el paramédico envejece y se vuelve hueso y piel casi igual que la muerte y así nadie nadie se vuelva recuerdo, Tan bueno que era, no somos nada, Mira que sereno se ve hasta parece dormido, Y qué bonita misa ofició de padre, Como lo van a extrañar su viuda y sus niños, No, el hombre sigue vivo gracias al soberbio rescatista de fuertes cuerdas, y encima de seguir vivo se volvió recuerdo; qué tibia mirada aquella, la que regaló el casi resucitado al que lo salvó de frío supremo, del último frío, cuánto pesaba el gesto en su mano de tanto agradecimiento, qué tranquilo se entregó al desmayo que luego reparó sus fuerzas; algún día morirá, hoy no; sería bueno saber cuándo para llamar al paramédico, anotar en la agenda El siguiente miércoles me toca no morir otra vez como el año pasado, voy a avisarle a Antonio para que no vaya a olvidarlo, y ojalá no le toque a él su propia muerte porque entonces quien me salva y a quién voy a agradecerle antes de sentirme seguro y desmayarme si no sé otro nombre que no sea el de él. Son tantas las formas de amarrar dos existencias para siempre cuando se sabe hacer ese nudo de rescatista, el mismo que usa el estrangulador, la diferencia es que el estrangulador diría Soy Antonio, vengo a matarte.
Pero también hay recuerdos banales, triviales, cotidianos como esta imagen mía del viernes con los amigos, cuando Hugo estornudó y todos dijimos Salud levantando las botellas para aprovechar, porque si alguien dice salud y tenemos una cerveza en la mano la cosa no está para desperdiciarse aunque haya iniciado con un estornudo, hay que decir salud e improvisar un brindis sin importar si es en silencio, Por tí y por mí, hermano, porque estamos aquí, porque estornudaste y dijmos salud, porque no hace falta hablar cuando la felicidad se sienta entre nosotros sin necesidad de que le hablemos. Y si dije banal, trivial y doméstico vale la pena volver a pensarlo como lo hizo Einstein cuando de pronto tuvo una visión profunda y justificó su vida, como si no lo hubiera hecho ya, diciendo Hay dos formas de vivir, una es pensar que nada es un milagro y la otra es pensar que todo es un milagro, y lo que sigue no lo dijo Einstein pero pudo haberlo hecho, Para brindar, a tí y a mí nos hacen falta solamente los recuerdos
Recuerdos tengo, amargos, también muchos, tantos que a algunos aún no he terminado de olvidarlos, porque a veces preferiría haber tenido pasado sin recuerdos. Lo tengo anotado aquí, señor, porque no tengo recuerdos y si no fuera por esto ni de mi nombre me acordaría, dígame usted si me conoce y de mí se acuerda porque todo lo que puedo decir es que ahora me encuentro aquí y que a usted no lo recuerdo. Tengo anotado también que una vez salvé a un hombre de su propia muerte y él sí recuerda mi nombre pero yo ya lo olvidé, fíjese usted que hasta tengo entendido que ni el mar se acuerda de mí, ¿no he brindado alguna vez con usted?, salud, cuídese esa gripa. No estaría mal tampoco que abriera los ruidosos cajones de mi memoria e hiciera trampa cambiando unos recuerdos por otros. Tal vez tú quieras ayudarme, Lula, todo lo que necesito es que me digas qué cajones has abierto y qué cosas has vaciado para llenar poco a poco todo con este recuerdo de tí.
A.C.R.
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